9 de marzo de 2008

adivina, adivinador....

Cuando era pequeña me gustaban mucho las adivinanzas. También era muy buena; era muy rápida para hacer las conexiones mentales y encontrar los vínculos en las rimas y las palabras ocultas.

Así, sabía la respuesta perfecta para agua pasa por mi casa, cate de mi corazón....

y también para oro parece, plata no es, el que no lo sepa un tonto es...


Pasa lo mismo cuando creces. A veces, también juegas a las adivinanzas:

¿Qué voy a hacer cuando acabe la carrera?

¿Por qué no puedo conseguir un trabajo?

¿Por qué las relaciones humanas son tan complicadas?

¿Cuándo dejó de ser tan sencilla la vida?


Claro que no se tiene la misma habilidad a los veintidós que a los ocho para resolverlas. Quizá las respuestas sean más complicadas. Definitivamente, no están ahí, en la pregunta, ni por error implícitas. No las encontrarás si lees entre líneas (o tal vez sí, pero no el papel ni en la pantalla que te las plantea). Y a veces, se requiere más que habilidad para responderlas. Otras admiten diferentes respuestas. Algunas ni siquiera eso; algunas no terminan nunca y te la pasas toda una vida tratando de adivinar aunque sea una parte de la respuesta.

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